Abstract
Este artículo se propone examinar a través de los lentes de la filosofía el perfil sistémico de la esperanza,
con especial atención a su eficacia. Partiendo de una definición ampliada de la experiencia antropológica,
se argumentará que la esperanza no es inherentemente incompatible con el conocimiento, en particular
el conocimiento práctico, dada su asociación con la comprensión de los medios que dan lugar a la acción
intención (Anscombe, 1957). Desde una perspectiva sistémica, la previsión estratégica de la esperanza puede
dilucidarse como la respuesta de la interrelación mente-cerebro, según el modelo cuántico disipativo. La
mente (el Doble, Vitiello, 2019) sugiere la visión del cerebro de la acción a emprender a través de un motor
especifico principal, que es la imaginación. Este marco no solo identifica la textura temporal de la esperanza,
que esta perpetuamente suspendida entre el futuro y el pasado, sino que también demuestra el profundo
impacto de la esperanza en el entorno en el que se sitúa quien espera. En lugar de ser una experiencia
individualista, la esperanza puede verse filosóficamente como una poderosa practica social que mejora el
reservorio colectivo del bien.